lunes, 31 de agosto de 2009

Celebracion de la fantasia

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había
despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas
de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que
le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba
usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en
la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un
enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus
manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería
un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba
los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca: -Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo. -¿Y anda bien? -le pregunté. -Atrasa un poco -reconoció
Eduardo Galeano